El Valle de Valdivielso (J. de Ontañón) (Irene Garmilla 15/12/2015)

Lo mejor que hizo en su vida don Jacinto de Ontañón (1845-1917) fue ser el padre de Eduardo de Ontañón. Pero lo segundo que hizo mejor, sin lugar a dudas, fue escribir un extenso y magnífico artículo resumiendo lo que entonces se sabía, o se creía saber, sobre el Valle de Valdivielso. Dicho artículo se publicó por primera vez el 26 de febrero de 1893 en “El Papa-Moscas”, y luego volvió a publicarse en el mismo periódico en 1911. Jacinto de Ontañón tuvo el mérito de recoger la información que sobre el valle existía en aquel momento y, aunque ahora podamos encontrar algunas cosas inexactas o imprecisas en su texto, hemos de tener en cuenta que en aquellos años aún no se conocían los “Apuntes descriptivos históricos y arqueológicos”, o sea, lo que actualmente llamamos la “Biblia” de Valdivielso, ni mucho menos las valiosas aportaciones históricas que en estos últimos años han realizado Enrique Díes Cusí, Jesús Moya, Juan Francisco García y algunos pregoneros ilustres de los que todavía esperamos mucho más.

Don Jacinto, director de “El Papa-Moscas” (donde firmaba sus artículos y se presentaba a sí mismo como “Martinillo”) y también, entre otros menesteres, presidente del Ateneo Popular de Burgos, desde la admiración y el afecto que le suscitaba Valdivielso, puso lo mejor de su saber hacer periodístico en estas líneas. Me he permitido transcribirlas para facilitar su lectura, pues los originales digitalizados son poco nítidos y marean un poco la vista. He aquí lo que Jacinto de Ontañón contó al mundo sobre su querido Valdivielso, al que dedicó también al menos una pintura al óleo. [de la que desgraciadamente solo he visto una fotografía en blanco y negro, reproducida en el “Cuaderno en memoria del periodista Don Jacinto de Ontañón” con los precarios medios que tenía la imprenta en 1933. Si alguien sabe qué ha sido del original, haría bien en decirlo, pues una foto en color de dicho cuadro sería el complemento ideal de este interesante artículo].
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“El Valle de Valdivielso"
Algunos tienen la creencia, mi querido Martinillo, de que nuestra provincia de Burgos es de las más tristes, áridas y despobladas de España, pero se engañan a fé mía. El que como yo ha visitado las deliciosas riberas de Aranda y Roa, los fértiles campos de Sasamón, los paisajes bellísimos de Oña, Pancorbo y Miranda, los poblados y frondosos valles de Mena y Tobalina, los frescos y hermosos cármenes de Arlanza, Covarrubias y Lerma, las poéticas perspectivas de las sierras de Salas, los lindos alrededores de Burgos y, sobre todo, los incomparables pensiles de Valdivielso, apreciará las muchas y variadas bellezas de esta poco conocida región del Norte, y no echará de menos las encantadas riberas andaluzas, navarras y asturianas, los encantos panorámicos de Galicia y Provincias Vascongadas, y la sublimidad melancólica de los pueblecillos montañeses.

Y como quiera que no te parecerá descaminado que dedique algunas líneas á nuestros olvidados rincones de la provincia, (…), comenzaré hoy la tarea con algunos apuntes del poético Valle de Valdivielso, del que te creo, y con razón, grandemente apasionado, y en el que, si una sola vez le visitaran esos grandes señorones de la corte, fabricarían en tan hermosos vergeles sus casas de campo, habitándolas en los meses del verano, aspirando los suaves aromas de sus florecillas silvestres, gustando sus riquísimos frutos, bañándose en las límpidas aguas del caudaloso Ebro, cazando en las abruptas montañas que le rodean, gozando de la apacibilidad de su clima primaveral y del sencillo trato de los naturales y viviendo, en fin, tan contentos y felices como si habitaran en otro Paraíso, ya que con el renombrado por los creyentes debe de tener algún parecido, y no creas que exagero.

Allí, hasta ahora, aunque pasajeramente haya dividido a sus gentes la pícara política, se notan las costumbres patriarcales de otros tiempos, cuando administraban el país con pocas y prácticas leyes los señores antiguos cabe los seculares encinares de Quecedo, en las propiedades de la noble señora Doña María Ángel de Isla, pariente muy cercana de algún allegado tuyo.
El Valle de Valdivielso ha dado a la patria hijos muy notables en todas las épocas, y aun en las presentes, pudiéndote citar al sabio catedrático que fue del Seminario D. Manuel de la Peña; y las familias de los Naranjo, Lagarza, Oria, Ruiz de Huidobro y otros muchos que le honraron en la Iglesia, en las ciencias, en las artes, en las letras y en las armas, sobre todo en la marina de guerra.

Solo de El Almiñé, pueblecito a medias romano y árabe, acostado al pie de abrupta sierra, llamado en algún tiempo «La Corte» por las linajudas familias que le habitaban, salieron muchas señoras para el Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, en el que es sabido no penetraban más que jóvenes de la más preclara nobleza española, y entre las cuales algunas se hallaban cercanamente emparentadas con reales personas.

En él habrás conocido a las señoras de la Puente, una de ellas Abadesa reelecta del aristocrático Monasterio, cuyo recuerdo, siempre grato para sus paisanos, se conserva en cuadro de honor y con especial miramiento en el románico y precioso templo de El Almiñé, capitalidad oficial de la Merindad de que me ocupo. [Este párrafo solo aparece en la edición de 1893.]

Como el Valle de Tobalina, que lleva este nombre por haberlo poblado Tubal, que se internó en España subiendo el Ebro desde Tortosa, así Valdivielso fue habitado en los primitivos tiempos por los antepasados de Lamech y de Sela, inventores del modo de trabajar el hierro y el bronce.

El Valle, por su configuración, que afecta la de una gamella, por los terrenos que lo circundan, en los que, si el curioso se fija, se ven las huellas de gigantescas ondas de líquido elemento, debió de ser un extenso lago, que fue paulatinamente desecándose al cabo de los años, dejando libre el curso de las aguas que hoy forman el Ebro, por la angosta estrechez de los «Hocinos» y por la salida de Cereceda, únicos puntos abiertos, y no mucho, que tiene el pintoresco Valle, cuya extensión no excede de 9 a 10 kilómetros y su anchura de 3 a 4.

En un libro titulado «La Soledad Laureada» que se publicó en 1675, y fue escrito por el benedictino P. Fr. Gregorio de Argaiz, se lee que Población ─uno de los pueblos de la Merindad, en Valle-Abajo,─ se llamó antiguamente Ciudad-Vielso, de donde el Valle tomó el nombre, aunque hay quien cree que se denominó Valle de Viso, y otros Valle Divisa, Valle Diverso o Diviso, etc. etc., por hallarse dividido efectivamente por el Ebro, aseverándose, como ya va dicho, que Tubal o sus hijos fueron sus primeros pobladores.

Los romanos debieron dominar algún tiempo el país, hasta ser desbaratados en Cillaperlata por los cántabros ─entre los que figuraban los naturales de Valdivielso y sus inmediaciones─ y en Almiñé fabricaron aquellos conquistadores sus armas de combate; y has de saber, curioso Martinillo, que el nombre que antes llevaba el pueblecito, debió de ser algo parecido a «Depósito o Fábrica de Armas», así como después los árabes le denominaron «La Fuente», que es, en mi concepto, a lo que responde su nombre en la actualidad por el único manantial, por cierto de agua clara y riquísima, que hay en la parte sur de aquel lado del Valle.

El material para la fabricación de las armas le sacaron los romanos, de las minas de hierro que había en los «Hocinos», cerca de Encinillas.

Por el año de 850, gobernando a Oña el Obispo Salustato, se dio principio al Monasterio de San Pedro, en el lugar de Tejada, que posee otra iglesia románica, preciosa, hermana gemela de la de El Almiñé y que debió ser ideada, planeada y construida por el mismo maestro. Esta iglesia tenía, y aún creo que tiene, un magnífico retablo flamenco muy bien conservado.
Para la indicada fundación se juntaron treinta y tres eclesiásticos, presbíteros, diáconos y subdiáconos, que se sujetaron voluntariamente a vivir en comunidad, nombrando Abad suyo a Rodamiro, uno de los congregados, juntando todas sus rentas y patrimonios, según consta en carta de donación que se otorgó reinando Ordoño en Asturias.

La Iglesia de San Juan de la Puente de Valdivielso la hicieron los vecinos de Tejada que se bajaron a lo llano, y es anejo de San Pedro, por cuya causa sobre la parte de los diezmos que llevaba de ella el Priorato, estaba obligado el señor Cura de la Puente a subir al Monasterio a decir misa a los vecinos que había en Tejada en tales y tantos días.

Oña fue obispado, bajo el gobierno y dirección de varios prelados, hasta que, muerto Salustato, los canónigos eligieron a Fernando Sánchez, monje benedictino que gobernó la Iglesia hasta 874, en que pasó la silla episcopal al monasterio de San Pedro y San Pablo de Tejada.

Así se desprende de lo que dice El Hispalense: «Anno 874 Sedes Omniam sit traslata est ad Eclesiam Santi Petri et Pauli in Valle dicto de Bestro prope Iberum fluvium ab Episcopo Ferdinando Sancis ejusdem sedis.»

En tiempo que en Asturias reinaba don Alonso III, y siendo Conde de Castilla la Vieja y Oca Odoario, se retiró el obispo de Oña a Valdivielso por las guerras que había en la Bureba con los moros, y por ser el valle más fuerte, ya que además de las dificultosas entradas que tenía y tiene para defenderse, conservaba tres fuertes castillos. Uno en Cuevarana, junto al puente de la peña oradada, sobre una cueva y peña que está en la unión del río Vesga con el Ebro, y defendía la entrada de los moros para Trespaderne y Valdivielso, castillo que dio después el rey D. Fernando a Oña, siendo obispo San Íñigo, el año de 1063.

Otro a la salida del Ebro en el término de Peña de Tejada, tan calificado por su posición y renombre, que los Condes y Señores de Vizcaya y de Bureba se llamaron gobernadores de Tejada.

Otro tenían en la montaña de la Tesla, que después se llamó «Monte-Alegre» y tuvo las mismas calificaciones que el anterior; en el año 1083 fue su gobernador o alcaide D. Gonzalo Salvadores.

Y aún en nuestros días se ven las ruinas de otro castillo, más moderno que los anteriores, encima del pueblecillo de Toba, coronando una de las ondulaciones que las aguas dejaron, y que forman a la derecha del valle un grandioso festón, que comenzando encima de El Almiñé termina más allá de Condado.

El Valle de Valdivielso estaba poblado de monasterios, celdas y eremitorios que dilatados por el Valle de Manzanedo, Villarcayo y los Butrones parecían convertirse, como dice el P. Argaiz citado, en otras Tebaidas o Lauras Palestinas.

Aún hoy se divisan en las alturas de El Almiñé, Valdenoceda y Puentearenas, las ermitas de la Hoz, San Cristóbal y Pilas, de penosa subida, pero de veneración constante.

Mañana quizás, ¡oh, mi caro Martinillo! cuando el ferrocarril cruce las moriscas aldeas, alegres viñedos y frondosos huertecillos del renombrado valle, serán más conocidas y apreciadas las múltiples bellezas que encierra, y nuestros poetas y artistas llevarán a sus obras las gratas impresiones de un privilegiado país, del que yo conservo en el alma tan dulces y tiernísimos recuerdos…

Jacinto Ontañón

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